El espectáculo de Aguiño incluyó sulfatadora, lanzamiento de maíz y «streaptease».
Tras bautizar y confirmar a los fans, se ofició una boda.
Desde su regreso a los escenarios, hace un par de años, Barbanza pedía a gritos un concierto de Heredeiros da Crus y os máis jrandes se morían de ganas por tocar en su tierra, la que los vio nacer y los empujó a lo más alto. Por eso, todo hacía pensar que el concierto de Aguiño haría historia. Y así fue. Durante las casi dos horas y media de actuación, Javi Maneiro, Tonhito de Poi, Fran Velo y Tuchiño lo dieron todo sobre el escenario y el público respondió con entrega.
Las dos mil personas concentradas en el puerto aguiñense aplaudieron cada canción entonada por Javi Maneiro.
La banda echó mano de clásicos como Churras, churras, con lanzamiento de maíz incluido; Eu quero josar; Non quero nada de ti; A chaqueta de lá o Barra americana para invitar a sus seguidores a cantar. Si potente era el sonido, apoyado por un impresionante equipo de luces, cañones de confeti y hasta explosiones; el espectáculo que los Herdeiros ofrecieron en el puerto aguiñense no se merece otro calificativo que no sea el de brutal.
Tonhito, sulfatadora en mano, empapó al público con calimocho.
Como si el tiempo nunca hubiera pasado, los artistas echaron mano de la mítica sulfatadora para rociar a los más jóvenes con calimocho y darlos por bautizados. Siguieron con la confirmación de los veteranos y concluyeron casando a una pareja. También hubo streaptease, aunque no integral, del de Poio, que en los primeros temas lució una gran cornamenta que un fan le regaló justo antes del concierto. Además, Javi Maneiro aprovechó para cumplir con el legado do Tibu y, subido a una balsa hinchable, navegó sobre el público mientras era empapado con agua.
Fue una noche inolvidable que los Heredeiros quieren repetir en Ribeira, en aquella Dorna que fue testigo de sus comienzos.
Ubicada en la primera línea de la retaguardia en las dos guerras mundiales, la capital donostiarra fue el paraíso de los agentes secretos de las potencias en liza.
El avión del oficial nazi belga Leon Degrelle tras el aterrizaje de emergencia que tuvo que realizar en la playa de La Concha de San Sebastián, cuando escapaba del avance aliado en la II Guerra Mundial. / FOTOTECA KUTXA
El coronel Alfred Redl, jefe del Estado Mayor del Ejército de Austria-Hungría, se pegó un tiro con un revólver en un hotel de Viena en la madrugada del 25 de mayo de 1913. Su ‘suicidio’ fue inducido por sus superiores después de descubrir que el alto oficial, el segundo en la Inteligencia imperial, era un traidor que pasaba la información reservada de todos los planes militares de Austria-Hungría a otras potencias europeas, en especial a Rusia.
El caso se convirtió en un mayúsculo escándalo. Sobre todo cuando el propio Ministerio de la Guerra reconoció, en una declaración pública, que el coronel Redl había puesto fin a su vida antes de que fuera acusado de «conducta homosexual, lo cual le había acarreado dificultades económicas. Y venta de expedientes de carácter reservado a agentes de potencias extranjeras». Redl había entregado de forma sistemática toda la información ‘sensible’ al enemigo. A cambio, había logrado una considerable fortuna económica que le hizo llevar un desorbitante y lujoso tren de vida.
El coronel se codeaba con la flor y nata de la aristocracia europea, la que veraneaba esos años en Biarritz y San Sebastián. El Gran Casino donostiarra y el hotel María Cristina, inaugurado en 1912, eran lugares frecuentados por los agentes secretos, que aprovechaban la tranquilidad y el relativo anonimato para tejer sus redes. Sin duda, un paraíso para Redl, sus espías y sus amantes.
En agosto de 1914, en cuanto estalló la guerra, la proclamación de la neutralidad española hizo que San Sebastián se transformase en el refugio perfecto en primera línea de la retaguardia. La ciudad se dividió en francófilos y germanófilos, tal como relata el cronista Javier María Sada, «que encontraban lugares de tertulia repartiéndose la terrazas de los cafés donostiarras, en tanto que los salones del Gran Casino albergaban a unos y otros, dando pie a todo tipo de maquinaciones políticas e historias de espionaje». De hecho, la Belle Epoque, que en París se quebró súbitamente con el comienzo de la contienda, se prolongó en San Sebastián hasta bien entrados los años 20. La prohibición del juego fue decisiva en su final.
Durante aquellos años, San Sebastián brilló con todo su ‘esplendor’, a golpe de valses vieneses «a l´heure du the». A la vez fue el escenario de fuertes convulsiones sociales. No todo era reluciente. Los precios subieron escandalosamente y los productos básicos se encarecieron. El Gobierno prohibió aquel verano de 1914 un mitin del socialista Pablo Iglesias en el entonces frontón de Atocha.
La ciudad era un hervidero de espías en la retaguardia. Algunos periódicos franceses señalaban que San Sebastián era en aquellas semanas «un nido de espionaje germánico». Los germanófilos esgrimían un sentimiento de hostilidad contra las medidas laicas de la República francesa, que habían generado en 1905 un fuerte contestación entre los católicos. ‘Le Petit Parisien’ llegó a afirmar que en San Sebastián las mujeres paseaban por la calle con fotografías del Káiser.
Durante la Segunda Guerra Mundial, San Sebastián también tuvo un protagonismo en la red de espionaje montada en la estación de Canfranc, en el Pirineo aragonés, que fue el único municipio de España invadido por las tropas nazis entre invierno de 1942 y verano de 1944. Se trataba de un punto estratégico decisivo para controlar el tráfico informativo y el wolframio extraído de las minas del noroeste español, necesario para sus carros de combate. La contienda pudo alargarse gracias a la extracción de este mineral. Toda la información del espionaje pasaba.
por el consulado británico de San Sebastián. La capital donostiarra fue también visitada asiduamente por oficiales alemanes durante la ocupación nazi que aprovechaban sus días de asueto para visitar sus cafés y para realizar compras.
El último ‘episodio’ de la guerra tuvo lugar en la bahía de La Concha. Léon Dregelle, el dirigente fascista belga que terminó siendo general de las SS, tuvo un accidentado aterrizaje en la bahía el 6 de mayo de 1945 al quedarse su avión sin gasolina. Tras la derrota nazi, que le sorprendió en Noruega, Degrelle logró escapar en un bombardero y llegar a España. Herido gravemente, permaneció más de un año ingresado en el hospital militar. Fue protegido por Franco pese a la presión aliada para conseguir su extradición y murió en 1994.
Unos narcotraficantes argentinos han utilizado una anaconda para proteger un cargamento de cocaína y cannabis con el objetivo de disuadir a la policía en las pesquisas.
Los polícias han irrumpido en una casa de una barriada a las afueras deBuenos Aires. Allí, en la localidad de González Catán, han interceptado varios kilos de cocaína y cannabis despúes de haber desplazado a una serpiente que dormía sobre la droga, según los agentes.
«Sabíamos que había droga procedente de Paraguay en este lugar, pero la presencia de la serpiente nos ha obligado a recurrir a expertos para dominarla», ha añadido un policía.
La anaconda no es venenosa, asfixia a la presa rodeándola. Puede medir hasta los diez metros de largo y pesar 200 kilos.