La prisión de San Antonio, en la isla de Margarita en Venezuela, no es una institución penal cualquiera. Mientras que en otras prisiones los reclusos están obligados a obedecer las reglas estrictas duramente impuestas por guardias armados, en este lugar atípico son los prisioneros quienes hacen las reglas. Desde cocinar su propia comida, ver la televisión, navegar por Internet en sus computadoras portátiles hasta administrar sus negocios ilícitos desde sus teléfonos, los presos de San Antonio son libres de hacer lo que quieran.
La única cosa que no pueden hacer es salir de la cárcel. Cualquier intento de fuga podría resultar en la muerte instantánea, cortesía de francotiradores en las torres de la prisión. Pero, afortunadamente, la mayoría de los presos son tan felices aquí que una fuga potencial es la última cosa en la que piensan.
En San Antonio, los presos disfrutan de muchos privilegios, tienen puestos de trabajo y ganan dinero real. Algunos son barberos, otros venden medicamentes, mientras que otros organizan las peleas de gallos de un club local que les deja muy buenos dividendos.
Incluso hay un tipo que “photoshopea” imágenes de prisioneros apoyados en un Hummer, utilizando su propia cámara digital y un ordenador portátil. Otros perezosos pasan todo el día en sus celdas con aire acondicionado viendo la televisión en compañía de sus esposas o novias que son libres de entrar y salir cuando quieran. Para la satisfacción de los hombres, las unidades del Anexo A 54 de mujeres fueron construidas en 2009, lo que naturalmente provocó que el número de relaciones amorosas entre los reclusos aumentara.
Los hijos de los presos también pueden utilizar la prisión como un patio de juegos y pasar el día nadando en una de las cuatro piscinas internas. Los fines de semana, el lugar abre sus puertas a todos los visitantes que quieran pasar buenos momentos de diversión y desenfreno en los clubes de reggaeton.
Los presos de San Antonio deben todos los privilegios al tal Teófilo Rodríguez, mejor conocido como “El Conejo“, debido a su adicción a comer zanahorias crudas. Rodríguez es un narcotraficante convicto, mismo que manda a los internos. Su marca registrada, el logo del conejito, aparece en varios de los muros de la prisión, o tatuado en los cuerpos de algunos presos como signo de fidelidad y lealtad. Él se estableció a sí mismo como el verdadero líder de este lugar, mejorando las condiciones de vida y haciendo de San Antonio extrañamente más seguro que las propias calles.
Junto con sus guardaespaldas, El Conejo también impone ciertas reglas de conducta y los que desobedecen o se oponen son severamente castigados. Una pintura en la pared de la prisión retrata a Rodríguez como el conductor de un tren acompañado de sus subordinados que apuntan sus armas a un informante que cuelga en una cuerda.
Además de castigar a los delatores, esta ilustración muestra la realidad de que las armas son una cosa común en el interior de las puertas de la prisión. La mayoría de los 2,000 venezolanos presos tienen miedo de hablar de ello, pero hay entre ellos muchos extranjeros muy parlanchines, como el británico Paul Makin, conocido como “turista”, que fue detenido por tráfico de cocaína en 2009. Él dice que está impresionado con la variedad de armas presentes al interior de la prisión.
- “Yo serví en el ejército durante 10 años, por lo que manipulé todo tipo de armas”, explica. – “Pero aquí tienen armas que nunca antes había visto: AK-47, AR-15, M-16, Magnums, Colts, Uzis, Ingrams. Basta con elegir una y seguro estará aquí”.
A pesar de la supuesta crueldad del señor Rodríguez, la gente parece muy feliz en San Antonio y la mayoría de los reclusos dicen que la vida no es mejor que en el exterior. Si bien se ve como cualquier otra prisión desde el exterior, San Antonio más que un agujero, es un paraíso para los delincuentes encarcelados.
- “Es la mejor cárcel del mundo“, dice Makin sonriendo.