El Hombre salvaje
Desde la Antigüedad los mitos se han revelado como un instrumento
útil para entender la realidad y acercarse a sus aspectos más oscuros.
Los faunos griegos, los hombres salvajes medievales, las brujas, o los
modernos psicópatas son creaciones hechas en distintos momentos
históricos para aprehender (e integrar) lo que quedaba fuera, o en los
márgenes, de lo humano. Cartografiar este territorio difuso que separa
lo humano de lo inhumano es el objeto de la exposición "El salvatge
europeu" (El salvaje europeo) que puede visitarse estos días en el
Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) y que ha sido
comisariada por Lluis Bartra (autor del estudio El salvaje en el espejo)
y Pilar Pedraza (La mujer Pantera, Máquinas de amar).
A este objetivo inabarcable, la muestra se ha enfrentado siguiendo
una línea argumental más o menos histórica que abarca el imaginario
europeo de lo monstruoso desde el mundo helénico hasta mediados del
siglo XX. No obstante, en este amplísimo recorrido deja por explorar
algunas ramas a mi entender importantes y se centra solamente en algunas
facetas de esta hidra inmensa que es la iconografía occidental del
monstruo.
El punto de partida de la exposición es la representación de lo
salvaje. Una iconografía híbrida, rica y ambigua que nace de lo profundo
de los bosques, los desiertos y las islas europeas y que toma forma
gracias a la tradición helénica y judeocristiana. Esta iconografía, que
ha tenido aspectos positivos (el mito europeo del buen salvaje),
insospechados (los eremitas) y terribles (las brujas, los vampiros, los
hombres lobo) fue recogida en su día por la cultura de masas y ampliada,
enriquecida y explotada por medios tan poderosos en la imaginería
popular como la literatura, la fotografía, el cómic o el cine.
Dentro de la evolución del salvaje en la cultura de masas, sin duda
la parte más interesante de la muestra, destaca la relación del salvaje
con la religión -representada por la genial Simón del desierto (1964) de
Buñuel-, con el espectáculo y con la mujer -la femme fatale del siglo
XIX y más tarde del cine negro. En el siglo XIX la iconografía dio otro
vuelco importante que marca en cierto modo el principio de la modernidad
y que sitúa al monstruo dentro de la psique humana. En la muestra esta
evolución empieza a vislumbrarse en una pequeña serie de cuadros de Goya
donde un grupo de hombres de aspecto occidental mata, viola y devora a
hombres y mujeres junto a una hoguera. Estos hombres no poseen más
atributos de salvajismo que su propia crueldad. Por lo demás, podrían
ser ladrones o soldados.
La mujer es otra puerta de entrada de lo salvaje dentro del mundo
civilizado. Consideradas durante mucho tiempo como parcialmente humanas,
debido al misterio de la maternidad, las mujeres son a menudo
representadas como demiurgos de la naturaleza más incontrolable. Son
brujas, conocen los secretos de las plantas y los animales y se
relacionan, a menudo sexualmente, con seres mitad hombres, mitad
monstruos -En este punto la muestra propone un curioso filme de 1922: La
brujería a través de los tiempos (Haxan), de Benjamin Christensen-. El
mismo salvajismo del sabath se manifestaría más tarde en los estudios
clínicos de Jean-Martin Charcot, que fotografió a pacientes de una
clínica psiquiátrica afectadas de histeria. Las imágenes (expuestas en
la muestra) recuerdan a estados de tránsito casi místico y nos remiten a
la revolución psicoanálitica emprendida por Freud por esta época.
El siglo XIX trajo consigo el mito de la femme fatale, creado a
partir de mitos clásicos como Medea (que asesinó a sus propios hijos) o
judeocristianos como Judith o Salomé. Se trata de una puesta al día de
la supuesta animalidad de la mujer pasado por el tamiz bienpensante de
la sociedad burguesa. Este mito, lejos de desaparecer, ha encontrado
terreno abonado en el thriller, el cine negro y ha sido convenientemente
actualizado en filmes como Femme Fatale (2002) de Brian de Palma,
aunque desde una perspectiva más bien estética e irónica que moral.
Enfermedad y espectáculo
Otro paso más en la concepción moderna de lo monstruoso fue su
conversión en espectáculo. Sobre este tema la exposición nos muestra un
amplio abanico de deformidades. Destacan los óleos barrocos (una época
muy parecida a la actual por su amor por lo grotesco) de Juan Carreño o
el muy inquietante La mujer barbuda de José de Ribera y las fotografías y
grabados de los freaks de feria, ya pertenecientes al siglo XIX. Las
fotografías de Lionel, el hombre león de Wisconsin o los grabados de los
niños abandonados y convertidos en salvajes son solo algunos ejemplos.
También se muestran grabados sobre John Merrick, y escenas de la
película de David Lynch inspirada en este personaje, El hombre elefante
(The Elephant Man, 1980). El último estadio hacia la apropiación de esta
mitología por la cultura de masas fue su transformación en material
para cómics e historietas (Tarzán seria una puesta al día de la figura
del buen salvaje, por ejemplo).
El monstruo está ahí dentro
Una secuencia de El silencio de los corderos (The Silence of the
Lambs, 1990), en la que Hannibal escucha una pieza de música clásica con
el rostro y las manos aún manchados por la sangre de sus víctimas, o la
famosa escena de la piscina de La mujer pantera (Cat People, 1942) nos
introducen en la idea de que el monstruo puede ser cualquiera de
nosotros. La muestra incluye otros ejemplos cinematográficos
recurrentes, como la transformación del doctor Jekill en Mr. Hyde,
aunque, incomprensiblemente, olvida otros (las películas de zombies,
serían un buen ejemplo). El tema del vampirismo está más que
representado por el cuadro original de Vlad III Tepes, el empalador y su
cuasi consorte Condesa Bathory.
En esta categoría de terrores modernos, donde el monstruo suele ser
un ser humano y no un ser mitológico, se encontrarían todas las
películas de psicópatas, que sustituyen el valor simbólico del mito por
el dolor del mundo civilizado actual, mucho más vacío y mucho más cruel.