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lunes, 16 de septiembre de 2013

LA MUÑECA HINCHABLE DE HITLER.


Según cuenta un artículo que circula por internet, Hitler ordenó la fabricación de una muñeca hinchable para sus soldados con el objetivo de evitar que contrajeran enfermedades venéreas. Este peculiar proyecto del 'führer', bastante más inocuo y naïf que otras ideas que salieron de su cabeza, recibió el nombre de Borghild, un personaje femenino de la mitología nórdica. Sirva este dato para hacernos a la idea que la tal Borghild tenía que ser alta, rubia y esbelta como la protagonista de un anuncio de seguros de vida.
De hecho, para diseñar la muñeca, las autoridades militares alemanas solicitaron a la actriz Käthe Von Nagy prestar su rostro para hacer un molde de bronce para la cara del juguete. Parece ser que la actriz se negó, pero dos deportistas, Wilhemina Von Bremen y Annette Walter, accedieron a colaborar con la causa y alquilar (es una forma de hablar) sus esculturales cuerpos para que las Borghild tuvieran su apariencia. Por lo visto, el proyecto de muñeca hinchable para las tropas alemanas se vio frustrado cuando el bombardeo aliado de la ciudad alemana de Dresde destruyó la fábrica que había recibido el encargo de desarrollar el inusual encargo.
Hasta aquí la parte bonita, por decirlo de alguna manera, de la historia. Como suele suceder en estos casos, hay que tomarse este tipo de informaciones, que no vienen avaladas por ninguna institución académica o por el trabajo de ningún historiador, con mucha prevención. Sobre todo cuando se trata de noticias o anécdotas que atañen a la sexualidad humana, aunque sea de manera tan tangencial como la historia narrada en el anterior párrafo. La falta de rigor y de estudios serios sobre estas cuestiones, además de unas ganas de cachondeo generales, son fuente de numerosas leyendas urbanas e informaciones inventadas que, a fuerza de repetirlas, se convierten en una verdad. Y de esto los nazis sí que sabían mucho. Posiblemente más que de muñecas hinchables.
Del artículo que cuenta esta fascinante historia circulan en internet varias versiones, todas ellas conteniendo datos con pelos y señales que, a la que uno se pone a comprobar antes de meter la pata y difundirlo a los cuatro vientos, caen por su propio peso. Algunos textos citan a un presunto médico danés, Olen Hannussen, como el encargado en diseñar y dar vida a la muñeca de Hitler. Ni que decir tiene que no hay rastro de este señor en toda la red. En cuanto a las dos deportistas que, según la historia, sirvieron de modelo para crear la muñeca para la soldadesca nazi, sucede algo parecido. La tal Wilhemina Von Bremen (parece más bien el nombre de una cantante de copla teutona) fue una atleta norteamericana de los años 30. Cabe la posibilidad que se trate del caso de uno de los miles de alemanes que tuvieron que salir por patas del Reich en cuanto los nazis llegaron al poder, aunque en ninguna parte se menciona este punto.


En cuanto a la segunda, Annette Walter, no consta ninguna atleta de aquella época con semejante nombre. Eso sí, la novia del difunto batería de los Who, Keith Moon, una modelo sueca, se llamaba así. Pero en los años 40 todavía no había roto el huevo. Otro dato que provoca que toda la historia en sí huela a chamusquina es la referencia al bombardeo de la ciudad de Dresde como punto y final del experimento de muñeca hinchable aria. Si tenemos en cuenta que dicho bombardeo tuvo lugar en 1945, apenas doce semanas antes de la capitulación alemana, cuando al movimiento nacionalsocialista le quedaba un telediario, cuesta creer que los militares alemanes tuvieran muchas ganas de hacer el tonto con muñecas hinchables con la que les estaba cayendo. Y nunca mejor dicho.
La ginoide debía ser de tamaño natural y aspecto caucásico: rubia, de ojos azules, pechos abundantes, ombligo marcado, entre 1.68 y 1.80 de estatura, labios suculentos, miembros articulados, vulva y vagina realistas, y piel agradable al tacto. Se produciría a gran escala en una fábrica de Dresde, a partir de caucho galvanizado; debería demostrar solidez y vigor, ya que iba a enfrentarse a los rigores del frente y al ímpetu viril de las tropas a cuyos soldados se administraba una dosis regular de anfetamina líquida.
La idea fue del mismo Fuhrer, preocupado por la pureza de la raza y las enfermedades venéreas contagiadas por las 'sucias putas de los países ocupados'.
Es conocido el hecho de que una prostituta judía contagió a Hitler la sífilis en sus años jóvenes. Quién sabe si el Holocausto no fue producto de una mala mezcla entre las palizas de su padre, la visita forzosa a Freud a una edad temprana y aquel ayuntamiento poco afortunado. Teniendo esto en cuenta, resulta creíble su desvelo por las condiciones higiénicas de la milicia, encomendando el proyecto a Himmler, por considerar el tema moralmente delicado. Se trataba de conseguir un modelo de chochona (die sex puppen) que procurara bastante satisfacción, pero no fuese en detrimento del interés por la mujer alemana honorable (kinder, kuche, kirche: niños, cocina, iglesia).
La muñeca vendría adecuadamente envasada, con su abrelatas, su manual de instrucciones y los adminículos de higiene 'post-coital'.
Al bromuro no podía recurrirse, por sus efectos depresores. No les colocaban de Pervitina hasta las cejas para que el brío batallador se les apagara junto con la libido, de modo que, a instancias de un departamento del Reichstag, creado a los efectos, el Doctor Joachim Mrurgowsky, del Instituto de Higiene, contactó con el doctor Oleg Hannussen, para que le orientase en el diseño del primer prototipo. Corría el año 1941.
El Proyecto Borghild -de alto secreto- se puso en marcha con entusiamo. Numerosas atletas alemanas pasaron por el despacho de Mrugowsky a tomarse las medidas, no satisfaciéndole ninguna. Demasiado macizas, demasiado pesadas, demasiado compactas. Él tenía en mente a una nórdica. Los moldes de bronce para la galvanoplástica autómata del sexo estaban listos, pero los rostros diseñados parecían soportes de pelucas, lo cual, a su modo de ver, constituía un grave problema, ya que el éxito dependía de 'una expresión claramente lujuriosa' en los rasgos y de la elasticidad ilimitada de los miembros. El 'órgano de penetración' no les quitaba el sueño, en ese terreno habían avanzado mucho y tenían las ideas claras.
Escultores, peluqueros, expertos en elastolina, psicólogos y médicos trabajaban a destajo en la sex maschinen, bajo la atenta supervisión de Himmler y por supuesto, del Fuhrer, pero justo cuando el primer prototipo estaba siendo perfeccionado, una bomba aliada destruyó la fábrica de Dresde y puso fin al proyecto Borghild.
Ahora dicen que la noticia del primer juguete sexual inventado por los nazis para fabricarse en serie puede ser un fraude publicado por el tabloide Bild, sostenido durante algunas semanas por la aparente verosimilitud de contenido.
Curiosamente, no son los detalles de la muñeca y su creación, los que primero invitan a la duda, sino el nombre del asesor sueco. Hubiera sido demasiada coincidencia que Hitler contara con dos asesores con el mismo apellido. Poco antes de todo el asunto de la muñeca inflable había mandado liquidar a su espritista de cabecera, Erik Jan Hannussen. En cualquier caso, el ingenio tecnológico de los alemanes en los tiempos de la Segunda Guerra es legendario, aunque sirviera mayormente al genocidio y a la demencia.