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lunes, 16 de septiembre de 2013

ESTAS SI ERAN HERMANAS DE LA "CARIDAD".

HISTORIA DE LAS MONJAS PAJILLERAS HISPANOAMERICANAS.


Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga Una historia verdadera y  realmente increible... Éra Diciembre de 1840. España. Último año de la  Primera Guerra Carlista. Soldados muertos y heridos por doquier. Triunfo del bando "liberal" de los seguidores de Isabel II. Su Ilustrísima Excelencia el Obispo de Andalucía,  mediante singular "dispensa" se autorizaba la creación  del Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga.




Las pajilleras de la caridad (como se las empezó a denominar en toda la península) eran mujeres que, sin importar su aspecto físico o edad, prestaban consuelo con maniobras de masturbación a los numerosos soldados heridos en las batallas de la reciente guerra carlista española.


La autora de tan peculiar idea, había sido la Hermana Sor Ethel Sifuentes, una religiosa de cuarenta y cinco años que cumplía funciones de enfermera en el ya mencionado Hospicio. Sor Ethel había notado el mal talante, la ansiedad y la atmósfera saturada de testosterona en el pabellón de heridos del hospital. Decidió entonces poner manos a la obra y comenzó junto a algunas hermanas a "pajillear" a los robustos y viriles soldados sin hacer distingos de grado.


Desde entonces, tanto a soldados como a oficiales, les tocaba su "pajilla" diaria. Los resultados fueron inmediatos. El clima emocional cambió radicalmente en el pabellón y los temperamentales hombres de armas volvieron a departir cortésmente entre sí, aún cuando en muchos casos, hubiesen militado en bandos opuestos.


Al núcleo fundacional de hermanitas pajilleras, se sumaron voluntarias seculares, atraídas por el deseo de prestar tan abnegado servicio. A estas voluntarias, se les impuso (a fin de resguardar el pudor y las buenas costumbres) el uso estricto de un uniforme: una holgada hopalanda que ocultaba las formas femeniles y un velo de lino que embozaba el rostro.


El éxito rotundo, se tradujo en la proliferación de diversos cuerpos de pajilleras por todo el territorio nacional, agrupadas bajo distintas asociaciones y modalidades. Surgieron de esta suerte, el Cuerpo de Pajilleras de La Reina, Las Pajilleras del Socorro de Huelva, Las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María y ya entrado el siglo XX, las Pajilleras de la Pasionaria que tanto auxilio habrían de brindarle a las tropas de la República. (ilustración tomada del manual de la orden de Huelva) 


En América latina, rara vez ajena a las modas metropolitanas, las pajilleras tuvieron también sus momentos de gloria. Durante la guerra civil mexicana, grandísimos auxilios brindaron a las tropas de todos los bandos, las Hermanas de la Consolación, organización laica (aunque cercana a la Iglesia) que ofrecieron la fatiga de sus muñecas para calmar los viriles ímpetus. Estas hermanitas recibieron pronto distintos y soeces apelativos, fruto del inagotable ingenio popular, tales como las mamacitas o las ordeñadoras.


De México la costumbre pasó a las Antillas, en donde tuvieron particular éxito las “sobagüevo” (de veras) dominicanas, todas ellas matronas sexagenarias que habían elegido ocupar sus tardes en esta peculiar forma de servicio social.


El último lugar en América donde hicieron fortuna estas abnegadas damas, fue el Brasil. Allí la columna Prestes fue acompañada en su marcha por una trouppe reducida pero eficiente de damitas paulistas –llamadas beixapau- aunque solamente se valían de ágiles movimientos de sus manos, conjuraban la melancolía de los soldados.



 Diversas fuentes orales a orillas del Paraná comentan que en el villorrio conocido en el siglo XIX como Pago de los Arroyos hubo un pequeño agrupamiento dedicado durante algunas décadas a esa actividad. Eran conocidas como las Hijas de Nuestra Señora del Asunto Encarnado", en referencia y dudoso homenaje póstumo a su anciana fundadora, fallecida con las manos en la masa, junto a un soldado, en su día de descanso.

La costumbre desapareció tras la segunda guerra mundial y hasta la fecha se desconoce la existencia de otras congregaciones. AQUÍ NO HAY NI BROMAS NI EXAGERACIÓN NI AGREGADOS NI ENMIENDAS. TODO LO DICHO ES HISTORIA ESCRITA. Esto que usted ha leído es rigurosamente cierto... Si cree que es escandaloso, pues, vaya a las fuentes de la información que están en el Archivo de Indias en Sevilla y lea  esta curiosa e increíble historia, que da para reflexionar sobre esas páginas de la Historia no dadas a conocer.

LA MUÑECA HINCHABLE DE HITLER.


Según cuenta un artículo que circula por internet, Hitler ordenó la fabricación de una muñeca hinchable para sus soldados con el objetivo de evitar que contrajeran enfermedades venéreas. Este peculiar proyecto del 'führer', bastante más inocuo y naïf que otras ideas que salieron de su cabeza, recibió el nombre de Borghild, un personaje femenino de la mitología nórdica. Sirva este dato para hacernos a la idea que la tal Borghild tenía que ser alta, rubia y esbelta como la protagonista de un anuncio de seguros de vida.
De hecho, para diseñar la muñeca, las autoridades militares alemanas solicitaron a la actriz Käthe Von Nagy prestar su rostro para hacer un molde de bronce para la cara del juguete. Parece ser que la actriz se negó, pero dos deportistas, Wilhemina Von Bremen y Annette Walter, accedieron a colaborar con la causa y alquilar (es una forma de hablar) sus esculturales cuerpos para que las Borghild tuvieran su apariencia. Por lo visto, el proyecto de muñeca hinchable para las tropas alemanas se vio frustrado cuando el bombardeo aliado de la ciudad alemana de Dresde destruyó la fábrica que había recibido el encargo de desarrollar el inusual encargo.
Hasta aquí la parte bonita, por decirlo de alguna manera, de la historia. Como suele suceder en estos casos, hay que tomarse este tipo de informaciones, que no vienen avaladas por ninguna institución académica o por el trabajo de ningún historiador, con mucha prevención. Sobre todo cuando se trata de noticias o anécdotas que atañen a la sexualidad humana, aunque sea de manera tan tangencial como la historia narrada en el anterior párrafo. La falta de rigor y de estudios serios sobre estas cuestiones, además de unas ganas de cachondeo generales, son fuente de numerosas leyendas urbanas e informaciones inventadas que, a fuerza de repetirlas, se convierten en una verdad. Y de esto los nazis sí que sabían mucho. Posiblemente más que de muñecas hinchables.
Del artículo que cuenta esta fascinante historia circulan en internet varias versiones, todas ellas conteniendo datos con pelos y señales que, a la que uno se pone a comprobar antes de meter la pata y difundirlo a los cuatro vientos, caen por su propio peso. Algunos textos citan a un presunto médico danés, Olen Hannussen, como el encargado en diseñar y dar vida a la muñeca de Hitler. Ni que decir tiene que no hay rastro de este señor en toda la red. En cuanto a las dos deportistas que, según la historia, sirvieron de modelo para crear la muñeca para la soldadesca nazi, sucede algo parecido. La tal Wilhemina Von Bremen (parece más bien el nombre de una cantante de copla teutona) fue una atleta norteamericana de los años 30. Cabe la posibilidad que se trate del caso de uno de los miles de alemanes que tuvieron que salir por patas del Reich en cuanto los nazis llegaron al poder, aunque en ninguna parte se menciona este punto.


En cuanto a la segunda, Annette Walter, no consta ninguna atleta de aquella época con semejante nombre. Eso sí, la novia del difunto batería de los Who, Keith Moon, una modelo sueca, se llamaba así. Pero en los años 40 todavía no había roto el huevo. Otro dato que provoca que toda la historia en sí huela a chamusquina es la referencia al bombardeo de la ciudad de Dresde como punto y final del experimento de muñeca hinchable aria. Si tenemos en cuenta que dicho bombardeo tuvo lugar en 1945, apenas doce semanas antes de la capitulación alemana, cuando al movimiento nacionalsocialista le quedaba un telediario, cuesta creer que los militares alemanes tuvieran muchas ganas de hacer el tonto con muñecas hinchables con la que les estaba cayendo. Y nunca mejor dicho.
La ginoide debía ser de tamaño natural y aspecto caucásico: rubia, de ojos azules, pechos abundantes, ombligo marcado, entre 1.68 y 1.80 de estatura, labios suculentos, miembros articulados, vulva y vagina realistas, y piel agradable al tacto. Se produciría a gran escala en una fábrica de Dresde, a partir de caucho galvanizado; debería demostrar solidez y vigor, ya que iba a enfrentarse a los rigores del frente y al ímpetu viril de las tropas a cuyos soldados se administraba una dosis regular de anfetamina líquida.
La idea fue del mismo Fuhrer, preocupado por la pureza de la raza y las enfermedades venéreas contagiadas por las 'sucias putas de los países ocupados'.
Es conocido el hecho de que una prostituta judía contagió a Hitler la sífilis en sus años jóvenes. Quién sabe si el Holocausto no fue producto de una mala mezcla entre las palizas de su padre, la visita forzosa a Freud a una edad temprana y aquel ayuntamiento poco afortunado. Teniendo esto en cuenta, resulta creíble su desvelo por las condiciones higiénicas de la milicia, encomendando el proyecto a Himmler, por considerar el tema moralmente delicado. Se trataba de conseguir un modelo de chochona (die sex puppen) que procurara bastante satisfacción, pero no fuese en detrimento del interés por la mujer alemana honorable (kinder, kuche, kirche: niños, cocina, iglesia).
La muñeca vendría adecuadamente envasada, con su abrelatas, su manual de instrucciones y los adminículos de higiene 'post-coital'.
Al bromuro no podía recurrirse, por sus efectos depresores. No les colocaban de Pervitina hasta las cejas para que el brío batallador se les apagara junto con la libido, de modo que, a instancias de un departamento del Reichstag, creado a los efectos, el Doctor Joachim Mrurgowsky, del Instituto de Higiene, contactó con el doctor Oleg Hannussen, para que le orientase en el diseño del primer prototipo. Corría el año 1941.
El Proyecto Borghild -de alto secreto- se puso en marcha con entusiamo. Numerosas atletas alemanas pasaron por el despacho de Mrugowsky a tomarse las medidas, no satisfaciéndole ninguna. Demasiado macizas, demasiado pesadas, demasiado compactas. Él tenía en mente a una nórdica. Los moldes de bronce para la galvanoplástica autómata del sexo estaban listos, pero los rostros diseñados parecían soportes de pelucas, lo cual, a su modo de ver, constituía un grave problema, ya que el éxito dependía de 'una expresión claramente lujuriosa' en los rasgos y de la elasticidad ilimitada de los miembros. El 'órgano de penetración' no les quitaba el sueño, en ese terreno habían avanzado mucho y tenían las ideas claras.
Escultores, peluqueros, expertos en elastolina, psicólogos y médicos trabajaban a destajo en la sex maschinen, bajo la atenta supervisión de Himmler y por supuesto, del Fuhrer, pero justo cuando el primer prototipo estaba siendo perfeccionado, una bomba aliada destruyó la fábrica de Dresde y puso fin al proyecto Borghild.
Ahora dicen que la noticia del primer juguete sexual inventado por los nazis para fabricarse en serie puede ser un fraude publicado por el tabloide Bild, sostenido durante algunas semanas por la aparente verosimilitud de contenido.
Curiosamente, no son los detalles de la muñeca y su creación, los que primero invitan a la duda, sino el nombre del asesor sueco. Hubiera sido demasiada coincidencia que Hitler contara con dos asesores con el mismo apellido. Poco antes de todo el asunto de la muñeca inflable había mandado liquidar a su espritista de cabecera, Erik Jan Hannussen. En cualquier caso, el ingenio tecnológico de los alemanes en los tiempos de la Segunda Guerra es legendario, aunque sirviera mayormente al genocidio y a la demencia.

“Os Bolechas” se apuntan a la Belle Époque.

Cuntis se prepara para dar un salto atrás en el tiempo hasta principios del siglo XX. El próximo 21 de septiembre se celebran la fiesta de la Belle Époque. Superar el éxito de la primera edición es el objetivo y para ello el progrma incluye como una de las principales novedades la presencia de “Os Bolechas”, que presentarán un nuevo libro infantil que tiene como escenario la villa termal. Además, todos los protagonistas, incluido el perro “Chispa”, desfilarán a mediodía por las calles cuntienses para algarabía de los más pequeños. “É un dos pratos fortes” del programa, valora el alcalde, Antonio Pena, que también destaca el globo aerostático que quedará emplazado por la tarde en las inmediaciones del pabellón. “Poderán subir todas as persoas que quieran para ver Cuntis desde as alturas”.
Actuaciones, proyecciones, circo, juegos y talleres para los niños, música, teatro, paseos en carruaje... las actividades invadirán el casco urbano a partir de las once de la mañana y ya no cesarán hasta la noche. El gran éxito de la primera edición, en la que fueron muchos los vecinos que se vistieron de época para implicarse en la fiesta, hace augurar que la participación volverá a ser importante. A esto hay que añadir la “gran implicación” de la hostelería y el comercio, comenta Pena Abal. Así, diversos establecimientos ofrecerán descuentos durante esa jornada, mientras que un total de once bares y restaurantes servirán a mediodía el “Menú Belle Époque”, que incluye delicias de melón, “raxo á antiga”, flan y bebida por diez euros.
cena en el balneario
Y para la noche se reserva otra de las citas estelares: una cena-baile de época en el hotel Balenario. Para asistir es obligatorio vestirse de época y las reservas pueden hacerse hasta el próximo miércoles llamando al número de teléfono 986 53 36 00. El alcalde augura que acudirá “moita xente” no solo de Cuntis, sino de otras localidades del entorno e incluso un nutrido grupo de madrileños ya que gestionaron su reserva. El precio es de 28 euros para quienes quieran participar tanto en la cena como en el baile, pero también se puede asistir únicamente a la sesión musical pagando cinco euros.
Fiesta de la Belle Époque en Cuntis.



Cuntis existe (cuatro años y medio después).

Ya era hora.

Señales de salida hacia Cuntis en la variante este de Caldas de Reis.
Cuntis ya existe para los usuarios de la Variante Este de Caldas. En la carretera de circunvalación se han colocado en fechas recientes señales que indican las salidas hacia la localidad termal, ahorrando así más de un quebradero de cabeza a los conductores que quieran dirigirse a este municipio. Hasta ahora, la ausencia total de señalización provocaba, con cierta frecuencia, que los usuarios que pretendían llegar a Cuntis acabasen perdidos. Porque las salidas hacia la villa aparecían indicadas como “Lugo-Ourense”. Ni un solo cartel con el nombre de Cuntis y apenas una señal horizontal sobre el asfalto indicando A Estrada.
La colocación de estos nuevos carteles (cuyo tamaño es bastante reducido) llega cuatro años y medio después de inaugurarse la Variante y cumple una de las reivindicaciones que con mayor insistencia trasladaron a Fomento los sucesivos gobiernos municipales. Desde el mismo día que se abrió al tráfico la circunvalación, el Concello reclamó que Cuntis apareciese en los indicadores, pero la respuesta del Ministerio siempre fue negativa, alegando que la señalización cumplía con los “criterios exigidos” por la normativa. La cuestión llegó incluso a tratarse en el Congreso de los Diputados, explicando responsables de Fomento que las localizaciones que aparecían en la cartelería se correspondían con “poblaciones o nudos principales de la red viaria” que figuran en el Catálogo Oficial que elabora y revisa periódicamente la Dirección General de Carreteras. En ese catálogo Cuntis no aparece.
La última vez que se abordó esta cuestión fue a mediados del mes de abril, con motivo de una visita a Cuntis del jefe de la Unidad de Carreteras en Pontevedra, Pablo Domínguez. El alcalde cuntiense, Antonio Pena, y el presidente de la Diputación, Rafael Louzán, lo llevaron a comprobar “in situ” la deficiente señalización de la Variante de Caldas, que “incluso pode provocar accidentes, ao dubidar os condutores da saída que teñen que coller”, le insistió Louzán al responsable de Carreteras. “Non ten lóxica que municipios como Cuntis ou A Estrada non aparezan indicados. É unha cuestión de vontade técnica”, reflexionaba aquel día el presidente provincial.
VILAGARCÍA
La ausencia de Cuntis en los indicadores no es la única controversia generada en torno a la señalización de la Variante Este. Llegar a Vilagarcía puede convertirse en poco menos que una odisea para los usuarios de la N-550 que no conozcan la red viaria de la comarca. La opción más sencilla es continuar circulando por el tramo viejo de la carretera nacional hasta el casco urbano de Caldas. Sin embargo, la señalización instalada por Fomento incita a los conductores que quieren dirigirse a la capital arousana a introducirse en la Variante, para volver a salir de ella en el enlace con la N-640 y acabar accediendo al centro de Caldas por la calle José Salgado, una de las vías del casco urbano caldense en la que con mayor frecuencia se producen retenciones y atascos. El malestar de los usuarios por este embrollo se ha hecho patente también en varias ocasiones.

Interceptan un camión que circuló 4 kilómetros en sentido contrario entre Bouzas y Puxeiros.

El camionero, de nacionalidad búlgara, irá a juicio rápido.

La Guardia Civil interceptó un camión que circuló durante cuatro kilómetros en sentido contrario por la VG-20 entre Bouzas y Puxeiros en Vigo. El conductor, de nacionalidad búlgara e identificado como V.I.E., de 46 años, comparecerá en un juicio rápido el martes imputado pro un delito contra la seguridad vial.

El camión, estacionado en el arcén de la VG-20 en sentido contrario al de la circulación.


El suceso tuvo lugar el jueves, sobre las 12.15 horas. Los servicios de emergencias recibieron numerosas llamadas de conductores que alertaban que entre los puntos kilómetros 8,000 y 11,000 un camión circulaba en sentido contrario con gran peligro para los usuarios de la vía, que en algunos casos estuvieron a punto de chocar contra el vehículo.

Varias patrullas de la Guardia Civil se desplazaron al lugar y localizaron al camión estacionado con las luces de emergencia encendidas y ocupando parte del carril derecho, en sentido Puxeiros, cerca de la salida 11 del vial. En principio todo apunta a un despiste del conductor, si bien lo ocurrido se esclarecerá en el juicio rápido que celebrará el Juzgado de Instrucción 4 de Vigo el martes a las 9 de la mañana.

Los ´ángeles del infierno´ viajaron a Pontevedra desde Canadá solo para recoger el alijo de coca.

Los cuatro detenidos de la banda de moteros hicieron escala en Francia, donde fueron detectados y seguidos ELas fuerzas antidroga intentan localizar a sus contactos en Galicia.

Pretendían pasar desapercibidos y desarrollar una operación rápida y fructífera, pero las fuerzas antidroga frustraron sus planes y acabaron en prisión. Los cuatro "ángeles del infierno" canadienses, detenidos con media tonelada de cocaína en Pontevedra, viajaron desde su país hasta España solo para recoger la droga y pretendían marcharse con la misma rapidez en cuanto la entregaran en Madrid, desde donde iba a distribuirse al mercado nacional, según fuentes próximas a la investigación.
Las grandes redadas contra los "ángeles del infierno" en España, la última el pasado mes de julio en Palma de Mallorca, en la que cayeron los responsables de la organización a nivel nacional y también uno de los máximos líderes europeos -Frank Hanebuth, jefe del grupo de Hannover-, llevó a los canadienses a extremar precauciones.
El grupo liderado por Chad Wilson tomó importantes medidas de seguridad para garantizar el transporte de los 500 kilos de cocaína. Una parte de la organización había contratado el traslado marítimo del alijo en Colombia -los paquetes intervenidos estaban protegidas contra el agua y la humedad- y la tarea de los cuatro moteros desplazados desde Canadá era recogerlo en Galicia y transportarlo por carretera a Madrid.
En vez de viajar en vuelo directo, salieron de Canadá e hicieron escala en Francia. Lo que no sabían es que se había montado una operación internacional para seguirles los pasos, desde Canadá a España pasando por Francia. Precisamente en este país fueron detectados y seguidos hasta que viajaron a Madrid.
La Policía Nacional tomó el relevo y agentes del Greco los localizaron en la capital de España y les siguieron de cerca en Galicia. El todoterreno Toyota Yaris y la autocaravana que utilizaban estuvieron vigilados durante los tres días que permanecieron alojados en un hotel de Mondariz. Eran los primeros días de agosto y disfrutaron de la piscina, aunque generalmente pasaban todo el día fuera.
La investigación se centra ahora en localizar a sus contactos en Galicia. "Está claro que han tenido apoyo aquí. No se trae un alijo marítimo sin contactos para descargar y ocultar la droga", explica un experto. El velero en el que se sospecha que llegó el alijo no ha sido intervenido y todo apunta a que tenían un almacén en las Rías Baixas donde estuvo oculta la droga hasta que los cuatro "ángeles del infierno" vinieron a recogerla. Regresaban a Madrid con 500 kilos de coca valorada en 18 millones de euros, cuando el Greco Galicia les echó el guante mientras tomaban café en una cafetería del centro comercial de A Barca, donde estaban aparcadas las dos furgonetas con la droga.

La penúltima campaña de las guerras napoleónicas (y XIII). Un balance histórico sobre un Bicentenario.

Llegados a este punto de las conmemoraciones del Bicentenario de diversos acontecimientos de la llamada “Guerra de Independencia” y del relato sobre la batalla de San Sebastián y otros hechos de la penúltima campaña de las guerras napoleónicas, ferozmente desarrollada en territorio alavés, guipuzcoano y navarro, creemos se hace necesario un balance, después de todo lo dicho y escrito en la serie de artículos que culmina hoy y en las diferentes publicaciones aparecidas en los últimos dos años.
La guerra contra Napoleón en el País Vasco parece zanjada tras la capitulación de los restos de la guarnición napoleónica acantonada en San Sebastián, que se ha convertido en la clave de bóveda a través de la cual, y gracias a los acontecimientos del 31 de agosto de 1813 -la caída de la ciudad y la victoria sobre el Mariscal Soult en San Marcial-, se ha desmoronado toda resistencia francesa en la Península, quedando abierto el sagrado territorio francés a la penetración del primer ejército aliado que pondrá el pie en ese corazón del imperio napoleónico. Algo que no tardará mucho en ocurrir, cuando mylord Wellington decida que su retaguardia en San Sebastián está bien asegurada y que aisladas guarniciones napoleónicas, como la de Pamplona, no suponen ningún  peligro para sus planes de continuar su ofensiva, sin apenas descanso, por todo el Sudoeste francés, donde le aguarda Soult dispuesto a resistir a ultranza. Al menos hasta que pueda retomar la ofensiva…
Sin embargo, y al margen del interés que puedan tener esos hechos para todos los interesados realmente en la Historia de las guerras napoleónicas, sabemos que nuestra particular guerra histórica sobre los acontecimientos ocurridos ahora hace dos siglos en Navarra y el País Vasco y, en especial, en la estrecha franja que va de San Sebastián a la frontera de Irun, seguirán suscitando preguntas; debate al que nos parece oportuno -quizás incluso necesario- añadir este balance de lo que puede ser de verdadero interés y lo que simplemente son cortinas de humo destinadas a ofuscar el verdadero sentido de lo que se vivió -y, por supuesto, sufrió- en esa pequeña pero fundamental zona de los mapas de batalla de las guerras napoleónica.

La cuestión foral, las guerras napoleónicas y la destrucción de San Sebastián

Una de las primeras cosas que se deberían esclarecer a ese respecto, es la supuesta inquina contra los fueros vascos que algunos grupos y personas han exhibido como causa y motivo de la ordalía a la que es sometida San Sebastián -y su población civil- tras la derrota de la guarnición napoleónica que se ha hecho fuerte entre los muros de esa ciudad desde el 28 de junio al 31 de agosto de 1813, esperando el momento oportuno de dar la vuelta a esos acontecimientos bélicos.

A ese respecto es preciso dejar bien claro que con el advenimiento de la dinastía borbónica en el año 1700, y gracias al apoyo que durante la Guerra de Sucesión (1701-1713) prestaron las provincias vascas al pretendiente Borbón, a diferencia de lo que se produciría en el resto de territorios forales -como los catalanes o valencianos- que fueron víctimas de la Nueva Planta, los vascos, a partir de la tercera década del siglo XVIII, sobre todo en el caso guipuzcoano, disfrutarán de un fortalecimiento de la foralidad, en áreas tan estratégicas como la gestión forestal, el comercio o la administración local, que queda en manos de los notables locales que controlan los gobiernos forales sin demasiada intervención de Madrid o, en el peor de los casos, en una mutuamente beneficiosa convivencia en la que ambos poderes se complementan.
Un idilio político que, sin embargo, se verá roto a finales del siglo XVIII. El desencuentro entre la Corona y los guipuzcoanos, y entre los propios guipuzcoanos, en torno a la supresión o el mantenimiento de los Fueros, llegó a tal extremo que en un anónimo, próximo a los medios burgueses antiforalistas, redactado en 1789 -justo después de la enésima petición por parte del Consulado donostiarra para la modificación al menos parcial de los Fueros-, se hablaba en estos duros términos sobre la Diputación Foral de Gipuzkoa: “…la Diputación dormida, todo lo desprecia, nada hace, nada discurre, a nada se mueve y a todo se hace insensible ¿Qué Diputación es esta? Por eso dije no sabe lo que quiere, no lo entiende, ni lo quiere entender y que las cosas del comercio no son para todos.”.
La Guerra de la Convención puso de relieve en el año 1794 que esa ruptura de la sociedad guipuzcoana ya no tenía vuelta atrás y que, como en el resto de Europa, se iba a abrir un duradero conflicto entre los tradicionalistas, partidarios del Antiguo Régimen -y, por tanto, del sistema foral-, y los amigos de las ideas revolucionarias nada simpatizantes con ese mismo peculiar sistema foral.
El avance de las tropas de la Convención Francesa al sur del Bidasoa y la toma de San Sebastián, provocará una encarnizada escisión que se volvería a manifestar durante la Guerra de la Independencia y las Guerras Carlistas. Por un lado, surgió la llamada Junta de Guetaria, de ideas revolucionarias, y, por otro, la Junta de Mondragón, foralista, tradicionalista, y que ante el avance de los convencionales iría cambiando de sede.
De ahí surgirá lo que el duque de Mandas llamará en 1895 “La separación de Guipúzcoa”, en un estudio histórico sobre esos acontecimientos así titulado. Unos hechos que deben ser analizados en su contexto histórico, el de hace dos siglos, y no en el de ideas políticas -coetáneas al llamado “Bizkaitarrismo”, embrión del Nacionalismo vasco- cuyo origen y desarrollo debe situarse a finales del siglo XIX.
Así no deben llevarnos a equívoco las palabras de la petición de la comisión nombrada por la Diputación extraordinaria de Guipúzcoa -la acantonada en Getaria y partidaria de los revolucionarios franceses- para parlamentar con los comisarios Pinet y Cavaignac, enviados de la Convención, donde se reclama, en tercer lugar: “Que sea la Provincia independiente como lo fué hasta el año 1200”.
Sabemos perfectamente que en aquella fecha la provincia no era independiente, sino súbdito del Reino de Navarra. La independencia reclamada en 1794 debe pues ser entendida, por tanto, no como plena soberanía que no reconoce superior, sino como un mero reflejo de la teoría sobre la voluntaria incorporación de Gipuzkoa a Castilla que había sido desarrollada a finales del XVIII por figuras como el jurisconsulto Bernabé Antonio de Egaña.
En realidad, la libertad e independencia que se reclamaba era la de decidir a qué estado o soberano adherirse, sin plantearse siquiera el establecimiento de un estado realmente independiente.
En efecto, la propuesta que se hizo a los convencionales era la de la creación de una república independiente -de la Corona española- pero adherida automáticamente a la República Francesa o, más exactamente, convertida en uno de sus satélites (por no decir títeres), como la Cisalpina o la Batáva, poniendo así en práctica, en sintonía con aquel nuevo momento político, viejos proyectos de anexión de la costa cantábrica española acariciados tanto por diversas coronas a lo largo del siglo XVII y XVIII (intenciones incluso plasmadas en tratados más o menos secretos en 1668, 1698, 1699, 1700, 1719, 1794, 1795, 1808, 1810, 1813, 1814…), como por el imperio napoleónico, en el que un visionario Garat trazó el plan de la creación de un estado-títere agregado a la Francia imperial a partir de territorios como el guipuzcoano para formar Nueva Fenicia, Nueva Tiro y Nueva Sidón.
Esto es, departamentos o talasocracias satélite de Francia que combatiesen a la reina de los mares en esos momentos: Inglaterra. Una idea ya propuesta también en la Francia revolucionaria.
Así en 1795 Domec, Jefe del Departamento de las Landas, proponía adherir a la República el área que iba desde Socoa hasta Santander, ambas incluidas, con lo que se conseguirían “…veinte nuevos puertos (que) darán suficiente carrera a sus especulaciones de cabotaje y largo recorrido, Bilbao se convertirá en Burdeos, San Sebastián en Bayona y una frontera más extensa hará más fácil el comercio de piastras, lana, etc…”. De esa forma además, añadía, se adquirirían excelentes marinos, la República tendría las llaves de España por tierra y del Golfo de Gascuña por el mar, y, por último, el comercio de las tres provincias se asimilaría al de la República, por los mutuos intercambios, suponiendo ventajas para la República y perjuicios para los ingleses, siendo privados de comerciar y de la posesión de una rica colonia, sin parangón…
Según el discurso de esa teoría sostenida por la Diputación de Guetaria, Gipuzkoa -y solo Gipuzkoa, pues nada se dice del resto de territorios vascos- había sido independiente en la Alta Edad Media y, en diferentes ocasiones, por propia iniciativa, había decidido ponerse bajo la tutela de los reyes navarros o castellanos; precisamente en 1200, “hartos” de los supuestos excesos de los reyes navarros, Gipuzkoa se entregó voluntariamente a Castilla. Lo que ahora, en 1794, se había reclamado por una parte de los guipuzcoanos era exactamente lo mismo: “cansados” de los supuestos excesos de la Corona castellana pretendían separarse de ella para adherirse a la República Francesa como una república en la que se respetasen los Fueros a cambio de esas evidentes ventajas estratégicas y comerciales.
Sea como fuere, el caso es que tras la Paz de Basilea (1795), si bien muchos de los implicados en esos intentos de secesión de la corona española y de adhesión a la República Francesa se tuvieron que exiliar, fueron acusados de infidencia o traición, sufrieron el vilipendio, persecución y juicio de las instituciones guipuzcoanas leales -defendidas por militares profesionales de origen vasco como Gabriel de Mendizabal- e incluso un consejo de guerra en Pamplona, finalmente todos ellos fueron absueltos de los cargos que se les imputaban y su honor restaurado gracias al indulto que les concedió Carlos IV en el año 1800; sin duda, el rey era consciente de que era imprescindible cerrar este episodio lo antes posible para afrontar con la mayor unidad posible los retos que el futuro le tenía preparados, en un momento de alianza con la Francia de Napoleón, frente a Inglaterra.
De hecho, la práctica totalidad de los implicados en aquellos sucesos volvieron y permanecieron en Gipuzkoa durante la Guerra de Independencia, combatiendo a los ejércitos napoleónicos, como fieles súbditos del rey de España. Si bien es cierto que a partir de entonces el debate en torno a los Fueros se encendió (polémicas orquestadas y animadas por Llorente, Vargas Ponce…), los hechos acaecidos en 1794 ya habían cicatrizado mucho antes del inicio de la Guerra de la Independencia y estaban sobreseídos judicialmente.
Es, en definitiva, sencillamente absurdo plantearlos como el origen de la ordalía sufrida por San Sebastián en 1813, durante la reñida penúltima campaña de las guerras napoleónicas.
Más aún teniendo en cuenta que Getaria -o Tolosa, escenario en 1794 de las veleidades revolucionarias de los Carrese- no sufrió la más mínima represalia, pese a ser ocupadas respectivamente por tropas españolas desde primeros de julio y finales de junio de 1813…
El papel del general Castaños
Otra controversia relacionada con esos hechos es la participación del general Castaños, como supuesto principal autor intelectual de ellos, o la del general Álava como imprescindible cómplice de los mismos.
Creemos que ha quedado suficientemente claro en diferentes entregas de este blog la poca base de estas acusaciones. Castaños no tenía jurisdicción ni mando sobre las tropas angloportuguesas, había sido relevado de su mando sobre el Cuarto Ejército español, y sustituido por Freire, ya el 15 de junio, aunque siguió ocupando el cargo de manera interina hasta el 9 de agosto. No estuvo presente en el marco de las operaciones durante los días en que se produjo la última ofensiva. Entre el 18 de agosto y el 9 de septiembre se hallaba en Bilbao, donde se ofrecieron fastuosas celebraciones en su honor, como hijo del Señorío y héroe de Bailén y hay abundante documentación en la que se muestra como un entregado defensor de la población civil guipuzcoana… Por su parte, el general Álava tuvo una encendida correspondencia con Wellington -que se conserva en el archivo familiar del primero-, recriminándole en numerosas ocasiones y cartas la actuación de sus tropas.
Más allá de los donostiarras. Otras causas y otras víctimas de la batalla de San Sebastián
En torno a ese reparto del papel de verdugos y víctimas que se ha organizado en relación a la destrucción de San Sebastián el 31 de agosto de 1813, sí debemos tener muy en cuenta que ese error historiográfico sólo ha sido posible sacando de su contexto ese hecho histórico, aislándolo del resto de los acaecidos durante la penúltima campaña de las guerras napoleónicas, de la que forma parte esencial e indivisible.
Esa penúltima batalla de las guerras napoleónicas en territorio guipuzcoano -junto a la de San Marcial, no lo olvidemos- fue una tragedia, pero para todos, no solo para los donostiarras; también para los propios soldados defensores y atacantes. La batalla de San Sebastián fue un largo y encarnizado sitio, que duró 63 días de intensos bombardeos, escaramuzas y enfrentamientos, en los que tomaron parte soldados exhaustos -recordemos que prácticamente desde el 26 de mayo hasta el 1 de julio en que empieza el sitio aliado de Donostia, esas tropas no habían parado en su carrera por alcanzar a José I- y que llevaban mucho tiempo combatiendo en la Península Ibérica sujetos por tanto a un considerable estrés bélico y a una más que notable degradación física y psíquica que no podemos ingenuamente pasar por alto.
Los 79 testigos donostiarras que dieron su versión de los hechos claramente responsabilizan a las tropas británicas y portuguesas del asalto y destrucción de la ciudad. Muchos de ellos muestran su sorpresa ante la salvaje actitud de unos soldados a los que incluso auxiliaron tras el fracasado asalto de 25 de julio. No conciben cómo británicos y lusos pueden atacarles a ellos que son “españoles”, por tanto aliados, y que les han recibido al grito de “Vivan los aliados, Viva España”. Ahora bien, es importante subrayar de cara a futuros debates sobre esta cuestión, que dichos testimonios nos hablan de la buena fe de soldados y mandos que intentaron evitar los abusos y por ello fueron atacados e incluso asesinados por sus propios compatriotas, tal y como se subrayó en la entrega de la semana pasada. Por tanto, no debe generalizarse la actuación aliada, ya que encontramos diferentes perfiles entre la propia oficialidad y la soldadesca. Algunos trataron de proteger a la población y eso les costó su propia vida y otros se entregaron a la orgía destructiva. Lo que está claro, de acuerdo a diversa documentación -memorias como las de sir William Napier, los “dispatches” del alto mando británico…- es que Wellington murió creyendo que el incendio lo habían provocado los propios franceses y que sus angloportugueses no habían perpetrado semejantes atrocidades.
 Por tanto, la clara intencionalidad por parte de los mandos superiores en esos hechos parece difícilmente probable, más allá de hipótesis sin ninguna prueba documental. No se puede decir lo mismo de los mandos intermedios y los soldados, muchos de los cuales incluso se jactaron de las barbaridades cometidas y, como explican los 79 testimonios, incendiaron intencionadamente con cartuchos mixtos las pocas casas que quedaban en pie aquel fatídico 31 de agosto; es decir, el tercio de los edificios que sobrevivió al bombardeo iniciado desde el 28 de junio de ese 1813.
¿Cuál fue, pues,  la intencionalidad de esa destrucción sistemática perpetrada por algunos soldados y mandos intermedios que actúan en claro contraste con lo que hace el resto de la oficialidad y tropa que ha tomado la ciudad?. Todo parece indicar -por lo que nos dicen los 79 testimonios o los diarios del oficial español Matías de la Madrid, testigo de los hechos como militar del Cuarto Ejército español desplegado en Gipuzkoa en la fecha que la venganza, por la férrea resistencia de la plaza que, no lo olvidemos, fue la más tenaz de todas las que acontecieron en la península, pudo estar en el origen de esa saña tan metódica y deliberada; injustificable como acción de guerra.
 El móvil comercial – esto es, que Inglaterra trató de deshacerse de un competidor- para llevar a cabo esa destrucción, aunque plausible, pues no debemos olvidar que las guerras napoleónicas fueron también guerras comerciales, es una hipótesis que a día de hoy es de difícil demostración, al menos hasta que nueva documentación aporte mayores argumentos.
Las cifras, en cualquier caso, son expresivas del alcance de esa tragedia para asaltantes y asaltados fuera cual fuera su origen. Según los “dispatches” de Wellington, las tropas británico-lusas sufrieron en San Sebastián, entre el 7 de julio y el 8 de septiembre de 1813, 3.793 bajas (967 muertos, 2.481 heridos y 345 desaparecidos). En la batalla de San Marcial, entre el 31 de agosto y el 1 de septiembre las bajas aliadas, es decir, británicas, españolas y portuguesas, sumaron 2.623 (400 muertos, 2.067 heridos y 156 desaparecidos). Los franceses, por su parte, sufrieron en el asedio a Donostia unas 2.200 bajas, sin que se pueda precisar de qué calidad, pues sobrevivieron unos 1.800 de los 4.000 soldados que se atrincheraron en la ciudad.
Por último, el número de muertos entre la población civil de San sebastián no fue muy alto; como describía Matías de la Madrid en su diario “Cual si la infeliz ciudad fuese de enemigos, los más implacables la saquearon cruelmente, mataron a varios de sus desdichados moradores, y por último la incendiaron,…”.
Según los 79 testimonios recabados por el juez Arizpe, el número de muertos -a pesar de que alguno de ellos lo cifra en 500, aunque de oídas- no sería superior a los 40; en cualquier caso y teniendo en cuenta que pudieron producirse otras muertes a consecuencia del incendio y los derrumbes de edificios quemados, el número de muertos civiles nunca superaría los 100, lo cual no deja de ser una tragedia, más aún teniendo en cuenta las violaciones producidas, aunque no afectaron a todas las mujeres de la ciudad, pues, como describen los testimonios, algunas lograron salvarse. Por tanto, ¿Genocidio?, ¿Holocausto?, ¿Masacre?. El término a aplicar estaría aún por valorar pero desde luego muy lejos, por cantidad, de palabras como “Genocidio”…
La tragedia de mayor magnitud se produjo con posterioridad, pues los 1.200 muertos que contabilizaba el Ayuntamiento de Donostia en mayo de 1814 se habían producido por la expansión de epidemias como el tifus, fruto de las condiciones de insalubridad en las que tuvieron que vivir los casi 2.000 habitantes de la destruida ciudad una vez que volvieron a ella, a partir de octubre de 1813.
Lo cierto es que se hace necesario, desde el punto de vista histórico, desglosar correctamente esa cifra. Muchos de los incluidos en ella son los propios soldados contendientes; en este sentido ha sido una verdadera lástima que durante el Bicentenario no se haya hecho un tratamiento equidistante de todas las víctimas, que lo fueron, o no se haya destacado que muchos de esos 1.200-1.500 muertos contabilizados como “donostiarras” eran, en realidad, soldados guipuzcoanos movilizados en los tres batallones de voluntarios de la provincia destinados a la ciudad para desescombrarla y protegerla de nuevos ataques enemigos o de algunos supuestos aliados de dudosa catadura, como los que la asaltan el 31 de agosto de 1813. También entre ellos se debería tener presente a unos 500 guipuzcoanos empleados, por orden de Wellington, en iguales tareas de desescombro que asimismo  sufrieron esas duras condiciones y las sucesivas epidemias.
En cuanto a los daños materiales, sensu stricto, se debería tener presente que de las 600 casas existentes intramuros, sólo se salvaron 36, la mayoría en la calle Trinidad, hoy 31 de Agosto, y los destrozos se calcularon en unos 102 millones de reales de vellón.
Los días después de la tragedia, el proceso de reconstrucción de la ciudad y la guerra más allá del Bidasoa
El día 8 de septiembre finalizaba el sitio de San Sebastián, con la entrega y rendición de la fortaleza de Urgull por el General Rey. A partir de ese momento, la oligarquía y vecinos concejantes de San Sebastián, reunidos en la cercana Zubieta, acordaron la reconstrucción de la ciudad.
 En principio, y a pesar de las demandas realizadas a unos y otros, ni los británicos aprontaron indemnización alguna, ni las instituciones provinciales ni la Regencia o la Corona, -todas ellas exhaustas a consecuencia de una guerra que, no lo olvidemos, continuó hasta 1815- pudieron auxiliar a San Sebastián.
 Sin embargo, Fernando VII por Real Decreto de 1816 apadrinó la reconstrucción, lo que facilitó el comienzo de las obras, financió la reconstrucción de los edificios oficiales, como el Ayuntamiento y la Aduana, y permitió que, a fin de impulsar la reconstrucción, el ayuntamiento estableciera diferentes impuestos sobre el consumo de alimentos y vino, y echara mano de los derechos comerciales que se pagaban en Pasajes y en la frontera de Irun. Incluso instó e invitó al resto de puertos peninsulares a que destinaran una parte de sus peajes a la reconstrucción, pese a que esa medida finalmente no se llevó a efecto.
En agradecimiento por todo ello en 1828 se le hizo un fastuoso recibimiento en San Sebastián, donde se le reconoció en inscripciones en euskera y en castellano esa aportación fundamental.
Por su parte, la casa de comercio y banca Tastet, una de las pocas cuya sede donostiarra no había sido destruida durante el incendio de 31 de agosto de 1813, concedió un préstamo de medio millón de reales de vellón al Consulado y al Ayuntamiento de San Sebastián.
En realidad, la ciudad y sus comerciantes mantuvieron su actividad comercial al menos desde diciembre de 1813, como demuestran los registros de la Capitanía de Guerra y Marina; por tanto, y a pesar de la destrucción, Donostia siguió manteniendo su dinamismo comercial apenas pasados unos días desde su casi completa destrucción.
Esa, en definitiva, es la memoria que debería sobrevivir de este Bicentenario que cierra, o debería cerrar, los fastos iniciados con el recuerdo del levantamiento del 2 de mayo de 1808 en Madrid, que cambió, realmente, el curso de las guerras napoleónicas, como se comprobará en las laderas de San Marcial el 31 de agosto de 1813.

¿Podemos, sinceramente, decir, que esos hechos han sido recordados, conmemorados, honrados?. Desde el campo de la Historia tenemos serias dudas. Por diversas causas, como la mala gestión de un presupuesto municipal que se ha concretado en el desamparo casi absoluto de la investigación histórica, o el fomento de interpretaciones totalmente pseudohistóricas de hechos verdaderamente complejos como los descritos tanto en este último balance de la penúltima campaña de las guerras napoleónicas, como en los doce artículos anteriores. Unos que, tal y como se recordaba al iniciar esta serie que hoy concluye, todos los interesados deberían conservar para tener un retrato mínimamente histórico de esos hechos que se ha intentado conmemorar a lo largo de este año 2013 a riesgo, a fecha de hoy, de no disponer de nada mejor para llenar los anaqueles de sus bibliotecas como obra de referencia sobre lo que realmente ocurrió en San Sebastián, en la frontera pirenaíca, en Navarra… durante la penúltima campaña de las guerras napoleónicas que dieron comienzo a ese mundo tan distinto del de 1813, en el que hoy vivimos.

Muere a los 112 años el hombre más longevo del mundo, Salustiano Sánchez

Natural de Salamanca y fallecido en Nueva York, declaró en su día que su longevidad se debe a la dosis diaria de un plátano y analgésicos para los dolores.
Salustiano Sánchez
El hombre más longevo del mundo, el español Salustiano Sánchez Blázquez, falleció este viernes en un asilo del estado de Nueva York a los 112 años y 99 días, según ha confirmado este sábado la empresa funeraria M.J. Colucci & Son. Reconocido el pasado mes de julio por Guinness World Records, Sánchez Blázquez nació en la localidad salmantina de El Tejado de Béjar el 8 de junio de 1901.
Sánchez Blázquez explicó, en declaraciones a Guinness World Records, que su longevidad se debe a la dosis diaria de un plátano y de analgésicos, que calmaban los dolores que padecía.
A los 17 años se trasladó a Cuba con un grupo de amigos y su hermano mayor para trabajar en los campos azucareros para, dos años después, emigrar a Estados Unidos. Allí trabajó en las minas de carbón de la ciudad de Lynch, en el estado de Kentucky.
Minero y constructor
Tras varios años de trabajo en la mina, a comienzos de la década de 1930, se mudó a la orilla este de las cataratas del Niágara, donde residía actualmente. Trabajó para la constructora Scrufari y la Unión de Carburos y se jubiló tras 30 años de servicio. En 1934 se casó con su esposa, Pearl, con quien tuvo tres hijos. Su mujer murió en 1988. Sánchez Blázquez tenía, además, siete nietos, quince bisnietos y cinco tataranietos.
Era miembro del Club Español de las Cataratas del Niágara y fue condecorado por el gobernador de Kentucky, Steven Beshear, como 'Coronel Kentucky', una de las más altas distinciones que conceden las autoridades de Kentucky por logros de notable relevancia.
Tras su fallecimiento es Arturo Licata, natural de Italia, el hombre más longevo del mundo, con 111 años. La mujer más vieja sigue siendo Misao Okawa, de Japón, con 115 años, según el Grupo de Investigación Gerontológica.